21 de octubre de 2016

EL SOPLO DE LA VIDA EL POLVO DE LA TIERRA




Profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, la doctora Leonor Merino es filóloga, lingüista, traductora articulista y especialista en literatura magrebí.

Cuenta en su haber con numerosas publicaciones en los principales periódicos de tirada nacional y revistas literarias tanto del Mundo Occidental como del Árabe y es reconocida participante en congresos internacionales sobre literaturas magrebíes en lengua francesa y de lengua árabe. de las que ha traducido y prologado a los escritores Driss Chraïbi (dos obras), Tahar Bekri (una obra) y Rachid Boudjedra (dos obras).

Es autora de varios libros y ensayos en los que ha volcado su  un amplio estudio sobre autores literarios marroquíes que utilizan el idioma francés para desarrollar su obra. A algunos de ellos, les ha prologado y traducido al Castellano, como a los escritores Driss Chraibi, Tahar Bekri y Rachid Boudjedra.

En esta ocasión, el libro: “EL SOPLO DE LA VIDA EL POLVO DE LA TIERRA” que hoy presentamos, es un poemario en el que Leonor Merino comparte con nosotros un canto a la vida (sobre todo), y a veces, también a la muerte.


EL POEMARIO ha sido publicado por la editorial DIWAN MAIRYT esta primavera y presentado en la 75 edición de la Feria del Libro de Madrid (donde agotó la primera edición), así como en la I Feria del Libro Hispano Árabe de Madrid, donde ha sido presentado en su versión Castellano-Árabe.

LA POETA, hacedora de versos, nos sumerge con palabras como pétalos de amapola, en ése instante mismo en que la vida lo es todo y el lector, sorprendido y a la vez acariciado, se hace consciente de ello.

El POEMARIO está estructurado en 5 partes diferenciadas y a la vez  iguales por su núcleo latente de exaltación a la vida, a las que llama: “A la muerte” “Al amor” “Ascuas del día” “Figuras” y “Engarce de huellas”. 5 partes para un libro que se resume en un todo: “Amor-muerte” que solo puede demostrar que efectivamente, Leonor nos regala versos en un intento de que el lector analice el pasar de los días entre el soplo y el polvo:  

“Entre la vida y la muerte
–nos dice la autora-
frágil cristal
bruma sutil
donde el sueño teje su hilo
entre mentira y verdad”.

Con ésta fragilidad que nos da la VIDA, pretende Leonor con sus versos, hacernos sino amigos, sí cómplices de la MUERTE aceptándola como compañera de viaje hasta el último soplo, y nos dice en su poema:

“vivir aprender a morir
recordar tal entomólogo lo vivido
reinventarse la vida
a la sombra de la parca”.

Leonor convoca al lector, para que estudie sus recuerdos y y los moldee tanto como necesite hasta aceptar el nexo latente entre conceptos tan distantes y a la vez cercanos, como son vida y muerte.
  
Una vez, leí en una novela que: “a lo mejor, todo lo que nos ocurre en la vida no es más que una larga preparación para la muerte”.
En “El soplo de la vida, el polvo de la Tierra”, su autora, nos hace pensar en ése maridaje inseparable de ambos, donde no cabe ningún divorcio posible.

MUERTE Y VIDA deben caminar juntos a pesar de las diferencias que les presuponemos. Leonor, puede recordar al lector, cierta semejanza en la percepción de estos conceptos a lo manifestado por quien también fué poeta y escritor portugués, Fernando Pessoa, quien en su obra “el libro del desasosiego” nos legó esta cita: en lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace, como pensar lo que ha de morir”.



LA POETA piensa. Piensa y ama en la misma dimensión de la elegancia de su porte. Ama y se recrea en el amor como el filósofo en el pensamiento, quizás el afán de nuestra poeta, para el estudio de la pluriculturalidad, hace que Leonor diseccione metafísicamente la palabra amor en un intento equitativo de reparto. Es en ése amor entregado al otro, donde Leonor ancla sus versos hasta que su propia sensibilidad por el dolor ajeno, estalla en ramillete de lágrimas vertidas en soledad. En la misma soledad con la que la autora descubre la herida ajena, y le canta:

 “No es amor que tras la muerte permanece  
sino la herida del amor”

Es en este capítulo dedicado al amor y a su herida, Leonor muestra la intimidad de su yo más filosófico y el lector, puede enlazar los versos de la autora con la “lógica del corazón” o la “lógica del amor” ésa ética emocional que defendía el filósofo alemán Max Scheler cuando nos dice: El que ama busca lo valioso en todos los órdenes: no sólo se complace en el valor sensible, sino que busca la belleza de la naturaleza, el resplandor de la verdad, el valor de la amistad...». Estos son parte de los valores intrínsecos de Leonor Merino: la búsqueda permanente del amor y la bondad en cualquier ser vivo.

Y así, paseando los ojos por este valioso poemario, el lector se topa de nuevo con la muerte como lazo eterno entre el soplo que vibra y el polvo que se posa inerte sobre los estantes del salón.


NUESTRA POETA, como el escritor húngaro Sándor Márai cuando nos dice en sus diarios: “Nacer no es una experiencia, porque es accidental: nos pasa sin más, involuntariamente. La muerte sí constituye una experiencia, puesto que nos sobreviene contra nuestra voluntad.”  Ella, Leonor, nos hace abrazar a la vida sin olvidar que un día la muerte debe llegar y cubrirnos.

EN EL CAPÍTULO “Ascuas del día” la poeta nos dice

“la aprehensión del instante de un relámpago
mantiene la tensión de lo vivido”

y tanos recuerda Leonor en sus versos el paso-huella que dejamos en los otros:

“Porque la vida es blandura
                                -dice la poeta-
la muerte rigidez”.  
–continúa-

Y así, entre soplo y polvo, vamos recorriendo cada página de la mano de Leonor, que nos hace conscientes del tiempo y nos dice:

“El canto de su voz se detuvo un día
el tiempo que al lado corría
no se enteró”

y en otro de sus poemas canta:  

“A la angustia, al vértigo
mantener un ritmo lento
dar tiempo al tiempo” 

Con este dar que ya hemos nombrado, Leonor se crece en sus versos:

“somos seres-memoria en el río de los instantes.
En la voz humana  late nuestra personalidad”

PARA sacudir el pensamiento dormido del lector y encender una llama en su horno de hielo, la poeta nos pide:

“Gente de sangre helada
salid
fuera el lloro simulado
llegad
tocad el rostro amado
hijos
amigos
amor ensoñado””  

y así Leonor se deja mecer por el fluir calmado de su pensamiento y en susurros la oímos decir:

“las olas del tiempo me esconden
llevando mi emoción con su espuma”.



CON SU VOZ de castellana regia y leonesa intelectual, a la obra de Leonor Merino podríamos incluirla en lo que el poeta, escritor y ensayista también leonés: Antonio Colinas determina como “literatura leonesa actual” haciéndose fuerte precisamente en ése denominador común de los escritores leoneses de hoy en día que Colinas eleva hacia su propio estudio: “La Memoria, concretamente, esa memoria de los días de la infancia y de la adolescencia pasados en el medio puro de la naturaleza.”

Así, como os decía al principio de este párrafo, sentimos el apego de nuestra autora hacia ésa sociedad de un León señorial, allá por los últimos años sesenta, cuando Leonor entre niña y pre adolescente, acompañaba a su MADRE a las tertulias de los cafés, que las señoras de la alta sociedad leonesa frecuentaban, y que nuestra poeta, se niega a echar en el saco donde todo se olvida. Y nos escribe poemas de los que extraigo estos versos:

 “(...) Escondite de olvidos
huecos de la memoria” 

“(...) Recuerdo
hilván de olvidos ajenos
cosido con hilo que enhebra el ojo de la memoria”

“(...) infancia
diluvio de imágenes
torrente de sonidos
luz en escena”

“(...) Memoria
clavija que consolida el pasado
débil puntuación al tiempo
mientras gotea el olvido”.

EN EL TERCER capítulo de  “El soplo de la vida, el polvo de la Tierra”, su autora también le hace hueco a los poetas y les dice:

“(...) cuando sus poemas un poeta quema
el hombre está en peligro
en víctima    verdugo    convertido”

“(...) El viento engarzado en el arpa
el verso en el tapíz”

“(...) No importa en el poeta lo que sienta
sino como lo cuenta.”

“(...)Escribir
arrancar huellas del presente a la nada”

“(...)Escribir
gesto desesperado para abrazarse en el otro”

“(..)El escritor: alma que salta la verja
se adentra en el jardín”.

ADENTRÁNDONOS en el cuarto apartado del libro, titulado “Figuras”, la poeta brinda sus versos a la mujer, a la bondad, a su País Leonés y a la vez, a Marruecos país de su enamoramiento literario, no en vano, se doctoró con una tesis sobre literatura magrebí y sus profundos estudios sobre los poetas del país vecino, la hicieron amar la esencia literaria de su autor fetiche: Mohamed Chakor a quien rinde también en este capítulo su homenaje.

Estas figuras, hacen de musas para la autora, quien nos dice en sus versos dedicados a la mujer madre:

“Madre de hoy siempre trillada
de primaveras surcada
fértil tierra duradera
llorando silencios breves
aceptas,    sufres,    pares
los ojos de luz radiante
la boca de canciones llena
acunas,   meces,   duermes
a la flor de tus entrañas. (...)”

También en este capítulo, Leonor vive el recuerdo de alguna maestra y con esto, volvemos al concepto primigenio de la memoria de la poeta:

“(...) hay maestras en el recuerdo
como un paisaje
queda huella imborrable.
las hay que por donde pasan
dejan desordenada el alma.”

Y así, a través de sus recuerdos, llegamos hasta León de su mano y el lector escucha:

“Tiene rostro mi tierra
de campesino hendido
de surcos su mirar.

Tiene mi tierra una voz
torrentera, cantarina
 sollozo, risa contenida. 

Tiene mi tierra un cuerpo
ramillete de raíz ardiente
de poemas engendrados.  

Tiene mi tierra la elegancia
que derrama la esencia
 del perfume duradero. 

Mi tierra mano tendida
que espera en la mañana
 otra mano donde posar.”

Leonor Merino, como ya dije, es una enamorada de nuestro país vecino: Marruecos y a través de su literatura, consigue que el lector pueda llegar a vibrar con la luz magrebí derramada entre sus versos:

“Sangrante puesta de sol cayendo al mar
Estela de elementos,   luz,   embriaguez”

Adentrándonos en estas figuras, la autora hace sentir al lector la emoción de haber conocido al poeta-maestro Chakor, a quien canta:

“En mí, la gratitud a la vida
por haberte encontrado
en sus aventurados adarves.   
Por haber aprendido
que justicia y LUZ
son tu templo,   tu credo
 Tu contento, el arpa del amor
tu anhelo, la paz, el perdón.

 Yo –trovadora- sé que la razón
al poeta acompaña
que con su haz de flechas
 la certera palabra clava.  

Ay tú, poeta
pastor de estrellas
de alma árabe-española
en susurros de silencio recogido
en amparo –alqazaba-, refugiado”.


Y ENTRE versos engarzados en vida y muerte, en soplo y polvo, llegamos al último capítulo del libro: “Engarce de Huellas”. Donde Leonor Merino se nos desnuda sutilmente para mostrarnos las cicatrices, las heridas y también las alegrías que como relicario conserva y a modo de rosario, enhebra todos sus recuerdos, su memoria,  al presente.

Y leemos versos dedicados a la madre y al padre ausente:

"(...) Madre
bajo el suelo
la esencia expandes
en las mieses los mares
Madre              ¡¡ME OYES!!"

“Te fuiste
sin que el valeroso hálito me cubriera
sin que la mano firme me tocara
sin que los ojos llenos de amor
en los míos se posaran.
(...) De duelo, fuego, contenido
al entrar en la estancia quisiera
de hinojos postrada 
PADRE ¡tu bendición!”

LEONOR como hacendosa costurera, hilvana pasado con presente del padre a los hijos, Alberto/Eduardo/Victoria:

“(...) Mi niño deja de serlo
pero no mío”. 

“(...) dorado blanco era
como la leche que lo amamantó” .

“Cinco meses
mis pechos que son tuyos
te alimentan (…)

"El sol lució un momento
mudos el pájaro
el viento” (…)

“A la lima, al limón
desbordo amor
¡la niña se lo llevó!”

“Anoche
fingiendo que dormía
me besaste niña mía”

Y la poeta sigue tejiendo con su hilo entre presente y pasado. Pasado y presente y leemos:

“porque siento en el flujo de mi sangre
vuestra sangre (…)
porque mi sonrisa de ayer
en el eco de las vuestras rodó. (…)
Porque deseo pedir perdón
agazapada en soledad
no puedo veros más”   

“Carlota alta nota
más aún Mariola  (…)
hace el nombre a la persona
que con honor lo lleva
los apellidos lo coronan
de antepasados legado”    

“Mi vida caravana
de seres que amo
mirada de pureza
bandera blanca
fuego que atraviesa
 tus ojos, tu voz
en mi alma avanzan.

Llegamos al último poema del “Soplo de la vida el polvo de la tierra”, donde  Leonor Merino nos dice hasta siempre con estos versos:

“El amor
pálpito de Eternidad”

Así he vivido yo este libro:

verso a verso
como pálpito hilador
que enhebra el soplo al polvo,
como polvo que vuela si existe el soplo
como soplo generador de vida
como polvo posado en mi memoria


-Asunción Caballero-

1 comentario:

  1. Una crónica certera de un texto profundo y a la vez rebosante de sensibilidad y amor a la vida sin temor a su prolongación, la muerte. Me siento identificado con cada palabra de nuestra gran amiga Asunción. gracia a la dos. es un placer leer las poemas como el análisis.

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